lunes, 1 de agosto de 2011

El incidente decisivo, Martin Luther King

El incidente decisivo
Martin Luthero King Jr.

El 1 de diciembre de 1955, una atractiva costurera negra, la señora Rosa Parks, subió al autobús que recorre el distrito de Cleveland Avenue. Volvía a casa después de su jornada habitual de trabajo en Montgomery Fair, un importante establecimiento. Cansadas sus piernas a causa de haber permanecido de pie largas horas, la señora Parks se sentó en el primer asiento detrás del sector reservado a blancos. No hacía mucho que había tomado asiento, cuando el empleado del autobús le ordenó, junto con otros tres pasajeros negros, que se levantara para acomodar a otros pasajeros blancos. En aquel momento todos los asientos del autobús estaban ocupados. Ello significaba que si la señora Parks cumplía la orden del conductor, debería permanecer de pie, mientras que un hombre blanco que acababa de subir iría sentado. Los otros tres pasajeros negros cumplieron al momento los requerimientos del conductor, pero la señora Parks se negó tranquilamente. El resultado fue su detención.

Se habló mucho de por qué la señora Parks no obedeció al conductor. Muchas personas de la comunidad blanca discutían que había seguido consignas de la NAACP (1) para proporcionar una prueba decisiva de la situación. A primera vista, esta explicación parecía lógica, ya que ella era secretaria del departamento local de la NAACP. Tan persistente y persuasivo era el argumento, que convenció a muchos reporteros de todo el país. Más adelante, cuando tuve conferencias de prensa tres veces por semana -para informar a los reporteros y periodistas de todo el mundo que llegaron a Montgomery-, la primera pregunta era invariablemente: ¿Suscitó la NAACP el boicot de los autobuses?

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(1) National Association for the Advancement of Colored People: Asociación para el progreso de la gente de color. (N. del T.)

Pero la acusación era totalmente injustificada, como revelan los testimonios de la señora Parks y de los dirigentes de la NAACP. Realmente, nadie puede comprender la acción de la señora Parks, a menos que se dé cuenta de que, a la larga, la capacidad de aguante se agota y que el ser humano no puede evitar exclamar: "No puedo sufrirlo por más tiempo." La negativa a levantarse de la señora Parks fue una intrépida afirmación personal de que ya tenía bastante Era una expresión individual de un sinfín de anhelos de dignidad humana y libertad. No había sido "enviada" allí por la NAACP o cualquier otra organización, ella se mantuvo allí por un sentido personal de dignidad y pundonor. Permaneció pegada a su asiento por las acumuladas injusticias de días pasados y por las aspiraciones de generaciones aún no nacidas. Era víctima a la vez de las fuerzas de la historia y de las fuerzas del destino. Había sido marcada por el Zeitgeist, o sea el espíritu de la época.
Afortunadamente, la señora Parks era ideal para el papel que le había asignado la historia. Era una persona amable, con radiante personalidad, suave expresión y suma tranquilidad en todas sus actuaciones. Su carácter honesto y sus convicciones profundamente arraigadas hacían de ella una de las personas más respetables de la comunidad negra. Sólo E. D. Nixon -firmante de la fianza de la señora Parks-y una o dos personas más estaban enteradas del arresto ocurrido en las primeras horas de la noche del jueves. Más tarde, por la noche, la voz corrió entre un pequeño grupo de mujeres influyentes de la comunidad. La mayor parte de ellas, miembros del Consejo Político para mujeres. Después de una serie de llamadas telefónicas acordaron que los negros deberían boicotear los autobuses. Inmediatamente le sugirieron la idea a Nixon, quien al momento estuvo de acuerdo. Con su característica valentía decidió ponerse a la vanguardia del movimiento.
A primera hora de la mañana del 2 de diciembre, Nixon me telefoneó; estaba tan ensimismado en lo que iba a decir, que olvidó saludarme con el habitual "hello", y se precipitó .inmediatamente a contarme la historia de lo que le había pasado a la señora Parks la noche anterior. Lo escuché, disgustándome profundamente a medida que me fue describiendo el humillante incidente. "Hemos permitido que este tipo de cosas vaya demasiado lejos", concluyó Nixon con su voz temblorosa. "Creo que es el momento de boicotear los autobuses. Sólo por medio del boicot podemos hacer entender a la población blanca que no aceptamos este tipo de tratamiento por más tiempo." En seguida estuve de acuerdo con él en que era necesario protestar de alguna manera y que el boicot podía ser efectivo.
Antes de telefonearme, Nixon había discutido la idea con el reverendo Ra1ph Abernathy, el joven ministro de la First Baptist Church de Montgomery, que debería ser una de las figuras centrales en la protesta y uno de mis más íntimos asociados. Abernathy también creyó que el boicot de los autobuses era nuestro mejor plan de acción. Durante treinta o cuarenta minutos, los tres nos telefoneamos, elaborando planes y estrategias. Nixon sugirió que debíamos efectuar una reunión de todos los ministros y líderes civiles para conocer sus opiniones sobre la propuesta; ofrecí mi iglesia como lugar de reunión. Los tres estuvimos inmediatamente atareados. Con la confirmación del reverendo H. H. Hubbard -presidente de la Baptist Ministeerial Alliance-, Abernathy y yo comenzamos a telefonear a todos los ministros bautistas. Debido a que muchos ministros metodistas estaban asistiendo aquella tarde a una reunión de fieles de una iglesia, a Abernathy le fue posible anunciarlo a todos simultáneamente. Nixon se puso contacto con A. W. West, viuda de un famoso dentista, y consiguió su ayuda para comunicar la medida adoptada a los líderes civiles.
A primera hora de la tarde, la detención de la señora Parks era del dominio público. La noticia se extendió entre la comunidad como un fuego incontrolable. Los teléfonos empezaron a sonar en casi rítmica sucesión. A las dos, un grupo entusiasmado había escrito unas hojas sueltas de propaganda, explicando el arresto y la propuesta de boicot, que por la noche circularon ampliamente. Cuando la hora de la reunión se aproximaba, me acerqué a las puertas de la iglesia con cierta aprensión, pensando cuántos líderes responderían a nuestra llamada. Afortunadamente, era una de esas plácidas noches invernales de calor desacostumbrado. Para nuestro consuelo, casi todos los que habían sido invitados estaban allí. Más de cuarenta personas de cada capa social de la comunidad negra se agrupaban en la sala de reuniones de la iglesia. Vi médicos, maestros de escuela, abogados, hombres de negocios, empleados de correos, líderes sindicales y clérigos. Virtualmente, cada organización de la comunidad negra estaba representada.
La mayor representación era la del ministerio eclesiástico. Habiendo participado anteriormente en tantas reuniones cívicas donde participaban muy pocos ministros, sentí una gran alegría al entrar en la iglesia y comprobar una gran asistencia de ellos. Entonces comprendí que algo extraordinario iba a suceder.
Si E. D. Nixon hubiera estado presente, es posible que hubiera sido automáticamente elegido para presidir la reunión, pero había tenido que salir de la ciudad a primera hora de la tarde para su servicio habitual en el ferrocarril. En su ausencia llegamos a la conclusión de que el reverendo L. Roy Bennett -como presidente de la Interdenominational Ministerial Alliance- era la persona más idónea para presidirla. Aceptó y se sentó en el estrado; su alta y recta figura dominaba la sala.
La reunión empezó alrededor de las siete y media, dirigiendo H. H. Hubbard o no. Parecía existir un acuerdo unánime de que el boicot debía ser una realidad. Los ministros aprobaron el plan con entusiasmo y prometieron r de sus congregaciones, el domingo por 1 mañana, la aprobación del proyectado día de protesta. Su cooperación estaba garantizada, ya que virtualmente todos los ministros negros influyentes estaba presentes. Se decidió que se debería Celebrar una amplia reunión ciudadana El lunes 5 de diciembre por la noche, par determinar por cuánto tiempo nos abstendríamos de subir a los autobuses. El reverendo A. W. Wilson, ministro de la Baptist Church de Holt Street, ofreció su iglesia, ideal para la reunión por su tamaño y su céntrica situación. Los retenidos acordaron que el sábado debía distribuirse más propaganda, y el presidente eligió un comité para la redacción de los volantes, en el que se me incluyó.
Nuestro comité empezó a traba~3 mientras todavía tenía lugar la reunión. El mensaje final era más corto que el que había aparecido en los primeros volantes pero la sustancia era la misma.

Decía así:

No utilices los autobuses para ir al trabajo, la ciudad, la escuela cualquier otro lugar, el lunes día de diciembre.
Otra mujer negra ha sido arrestada y encarcelada porque se negó a ceder su asiento en el autobús. No utilices los autobuses para ir al trabajo, la ciudad, la escuela adonde quiera que vayas el lunes. Si trabajas, toma un taxi, comparte un viaje o dirígete allí caminando.
Asiste a la gran reunión, el lunes a las siete de la tarde, en la Baptist Church de Holt Street, para recibir instrucciones.

Después de concluir la declaración, el comité empezó a hacer copias con el mimeógrafo de la iglesia, pero como era tarde, me ofrecí voluntariamente para acabar el trabajo el sábado por mañana temprano.
La última cuestión discutida en unión fue el transporte. Acordamos que trataríamos de conseguir que las compañías negras de taxis de la ciudad -dieciocho en total-, con doscientos taxis, aproximadamente, transportasen a las personas por el mismo precio que normalmente pagan en el autobús. Un comité fue elegido para efectuar una gestión, teniendo como presidente al reverendo W. J. Powell, ministro de la Old Ship A. M. E. Zion Church.
Con estas responsabilidades sobre nosotros se clausuró la reunión. Nos fuimos con un gran ánimo en nuestros corazones. Las horas pasaban rápidas. El reloj de pared señalaba casi media noche, pero el reloj de nuestras almas revelaba que estábamos en el alba.
Estaba tan excitado que dormí poco aquella noche, y a la mañana siguiente me dirigí temprano a la iglesia para trabajar en la propaganda. A las nueve, el secretario de la iglesia había acabado de imprimir unos siete mil volantes, y hacia las once, un ejército de mujeres jóvenes se los llevaron para distribuirlos a mano.
Los del comité encargado de ponerse en contacto con las compañías de taxis empezaron a trabajar a primera hora del sábado por la tarde. Trabajaron con tal intensidad, que por la noche prácticamente se habían puesto en contacto con todas las compañías, expresando que todas estaban de acuerdo en cooperar con el propuesto boicot, transportando pasajeros a sus trabajos por la tarifa normal de autobús: diez centavos.
Mientras tanto, nuestro esfuerzo que la noticia se extendiera por comunidad negra se vio favorecido por un medio inesperado. Una muchacha que no sabía leer muy bien recibió los volantes anónimos que habían sido distribuidos el viernes por la tarde. Sin saber, aparentemente, lo que decía el volante, se lo dio a su patrón. Tan pronto como el patrón blanco se enteró de la noticia, la dirigió al periódico local, y el "Montgomery Advertiser" insertó su contenido en la página principal de su edición del sábado por la mañana. Según parece, el "Advertiser" insertó la noticia para que la comunidad blanca se enterara de las maniobras en que se hallaban ocupados los negros, pero ello no hizo sino favorecer a los negros, sirvió de información a cientos de personas que no habían oído hablar del plan. El sábado por la tarde, la noticia prácticamente había llegado a cada ciudadano negro de Montgomery. Sólo las pocas personas que vivían en en los arrabales no habían oído hablar de ello.
Después de un duro día de llegué a casa a última hora del domingo por la tarde y me senté a leer el periódico. Había un extenso artículo sobre el propuesto boicot. A través del artículo deduje que creían que los negros se estaban preparando para utilizar la misma solución para su problema que los White Citizens Councils (1). Esta comparación creaba serias implicaciones. Los White Citizens Councils, que tuvieron su origen en Mississipi pocos después de la decisión del Tribunal Supremo acerca de las escuelas, fueron creados para preservar la segregación y se multiplicaron rápidamente por el Sur, proponiéndose alcanzar sus fines por medio de las maniobras legales de "interposición" y "anulación". Desafortunadamente, sin embargo, las secciones de algunos de ellos se extendieron más allá de los límites de la ley. Sus métodos eran de abierto o de oculto terror, intimidaciones brutales, métodos para hacer pasar hambre a hombres, mujeres y niños negros. Tomaron abiertas represalias económicas contra los blancos que se atrevieron a protestar contra su abuso de la ley y el objeto de sus boicots no fue simplemente el de impresionar a sus víctimas, sino destruirlas si era posible.
Perturbado por el hecho de que nuestra acción se comparaba con el boicot de los White Citizein Councils, me vi obligado por primera vez a pensar seriamente en la naturaleza del boicot. Hasta ese momento había aceptado sin críticas este método como nuestro mejor medio de acción. Ahora empezaban a atormentarrme algunas dudas. ¿Estábamos siguiendo un sistema de acción ético? ¿Es el sistema de boicot básicamente anticristiano? ¿No supone un enfoque negativo del problema? ¿Es cierto que estábamos siguiendo los métodos de algunos de los White Citizens Councils? E incluso, si de tal boicot obteníamos resultados prácticos duraderos, ¿podrían unos medios inmorales justificar fines morales? Cada una de estas preguntas exigía una contestación honesta.
Tenía que reconocer que el sistema de boicot podría ser utilizado para fines inmorales y anticristianos. Debía reconocer, además, que estos métodos eran los utilizados frecuentemente por los White Citizens Councils para privar a muchos negros, así como a personas blancas de buena voluntad, de las necesidades básicas de la vida. Me dije a mí mismo, sin embargo, que nuestras acciones no podían ser interpretadas bajo este punto de vista.
Nuestros propósitos eran del todo diferentes. Nosotros usaríamos este método para traer la justicia y la libertad, y también para instar a los hombres a cumplir con la ley del país; los White Citizens Councils lo utilizaban para perpetuar el reinado de la injusticia y la servidumbre humana e instar a los hombres a desafiar la ley del país. Pensé, sin embargo, que la palabra "boicot" realmente era un nombre falso para nuestra propuesta acción. Un boicot sugiere una represión económica y tiene un sentido negativo. Pero nosotros estábamos interesados en una cosa positiva. Nuestro interés no era el de arruinar a la compañía de autobuses, sino lograr que ejercieran su negocio con justicia.
Dando más vueltas a mi cabeza, llegué a comprender que lo que realmente estábamos haciendo era negar nuestra cooperación a un sistema injusto; más que retirar nuestro apoyo económico a la compañía de autobuses (siendo una expresión externa del sistema, sufriría naturalmente), nuestro objetivo básico era negar la cooperación al mal. Entonces pensé en el ensayo de Thoreau: "Essay on Civil Disobedience". Recordé cómo, siendo estudiante, me sentí conmovido al leerlo. Me convencí de que estábamos preparando en Montgomery algo relacionado en gran manera con lo que Thoreau había expresado. Simplemente, estábamos diciéndole a la comunidad blanca: "No podemos prestar por más tiempo nuestra cooperación a un sistema injusto."
Sentí algo que me decía: “Quién acepta el mal pasivamente es tan culpable como el que ayuda a perpetuarlo. Quién acepta el mal sin protestar, realmente está cooperando con él.” Cuando las gentes oprimidas aceptan con gusto su opresión, sólo sirven para dar al opresor la conveniente justificación de sus actos. Frecuentemente, el opresor sigue adelante sin advertir su mal, envuelto en su opresión, tanto tiempo como los oprimidos aceptan. De este modo, para ser sinceros con nuestra conciencia y sinceros ante Dios, un hombre recto no tenía más alternativa que negarse a cooperar con un sistema injusto. Sentí que ésta era la naturaleza de nuestra acción. Desde ese momento concebí nuestro movimiento como un acto de resistencia pasiva. Desde entonces raramente empleé la palabra “boicot”.
Cansado, pero ya fuera de dudas sobre la moralidad de nuestra protesta, vi que la noche había llegado sin darme cuenta. Después de algunas llamadas telefónicas, me preparé para irme a descansar pronto. Pero poco después se haberme acostado, nuestra hija Yolanda Denise, de dos años de edad, empezó a llorar, y poco después el teléfono comenzó a sonar de nuevo. Claramente condenado a permanecer despierto por algún tiempo más, dediqué un rato a pensar sobre otras cosas. Mi esposa y yo discutimos acerca del posible éxito de la protesta. Francamente, tenía dudas. Aunque la noticia se había extendido por todos los lugares asombrosamente bien y los ministros habían prestado al plan un apoyo decisivo, todavía me preguntaba si la gente tendría la suficiente valentía para seguir adelante. ¡Había visto derrumbarse tantas empresas dignas en Montgomery! ¿Por qué debía ser ésta una excepción? Coretta y yo estábamos de acuerdo en que si obteníamos un sesenta por ciento de cooperación, la protesta sería un éxito.

Alrededor de medianoche, una llamada telefónica de los miembros del comité me informó de que cada compañía negra de taxis de Montgomery había convenido apoyar la protesta del lunes por la mañana. Cualesquiera que fuesen las perspectivas de éxito, estaba profundamente impresionado por la incansable labor efectuada por los ministros y los líderes civiles. Esto ya era un éxito sin par.
Después de la llamada de medianoche el teléfono dejó de sonar. Sólo unos minutos antes Yoki había dejado de llorar. Cansadísimo, di las buenas noches a Cooretta y, con una extraña mezcla de esperanza y ansiedad, me dormí.
Mi esposa y yo nos despertamos más temprano de lo normal el lunes por la mañana. A las cinco y media estábamos de pie y vestidos totalmente. El día de la protesta había llegado, y estábamos decididos a ver el primer acto de este drama. Seguía pensando que si pudiéramos conseguir el sesenta por ciento de cooperación resultaría un éxito.
Afortunadamente, a escasa distancia de nuestra casa había una parada de autobús, lo cual significaba que podríamos observar la situación desde nuestra ventana principal. El primer autobús acostumbraba a pasar hacia las seis; esperamos una interminable media hora. Estaba en la cocina bebiendo mi café cuando oí gritar a Coretta: "Martin, Martin, ven en seguida." Dejé mi taza y corrí hacia la sala. Cuando me acerqué a la ventana, Coretta me señaló alegremente un autobús que se movía con lentitud: "Querido, va vacío." Difícilmente podía creer lo que estaba viendo. Sabía que la línea South Jackson, que pasa junto a nuestra casa, es la que lleva más pasajeros negros que ninguna otra en Montgomery; éste, que era el primer autobús, generalmente iba lleno de trabajadores domésticos que se dirigían a sus trabajos. ¿Seguirían todos los autobuses el ejemplo dado por el primero? Esperamos ansiosamente el próximo autobús; al cabo de un cuarto de hora pasó por la calle y, como el primero, iba vacío. Apareció el tercer autobús e iba también vacío, a excepción de dos pasajeros blancos.
Salté a mi carro y durante casi una hora transité por las calles principales y examiné cada autobús que pasaba. Durante esa hora crítica del tráfico matinal, no vi más que ocho pasajeros negros subidos en autobuses. En aquel momento me sentí lleno de alegría. En lugar del sesenta por ciento de cooperación que esperábamos, fue patente que habíamos alcanzado el ciento por ciento. Había tenido lugar un milagro. La dormida y pasiva comunidad negra por fin se había despertado totalmente.
Por todo el día continuó. Al final de tarde, los autobuses iban todavía tan vacíos de pasajeros negros como habían ido por la mañana. Estudiantes del Alabama State College, que generalmente utilizaban el atiborrado autobús de South Jackson, iban optimistamente andando o hacían auto-stop. Los que trabajaban en la ciudad habían encontrado ya otros medios de transporte o se dirigían a pie. Algunos iban en taxi o en autos privados, otros utilizaban medios menos convencionales. Se veían hombres montando mulas dirigiéndose a su trabajo y más de un coche de caballos circuló aquel día por las calles de Montgomery.
Durante las horas de congestión, las aceras estaban apiñadas de obreros y trabajadores domésticos, muchos de ellos de edad más que mediana, que caminaban pacientemente a sus trabajos y a casa de nuevo, recorriendo, a veces, hasta un total de veinte millas de distancia. Ellos sabían por qué lo hacían; se veía de una forma evidente por la manera en que se comportaban. Y al mirarlos comprendí que no hay nada tan sublime como la decidida valentía de los individuos dispuestos a sufrir y a sacrificarse por su libertad y su dignidad.
Muchos espectadores se hallaban reunidos en las paradas de autobús para ver lo que sucedía. Al principio penmanecieron tranquilos, pero así que avanzó el día, empezaron a vitorear a los autobuses vacíos y a reírse y hacer bromas. Se podía oír cantar a jóvenes bulliciosos: "Sin pasajeros hoy." Detrás de cada autobús que atravesaba el barrio negro iban dos policías en motocicletas, siguiendo instrucciones de los funcionarios de la ciudad, que proclamaban que nosotros habíamos organizado patrullas de negros para impedir que otros subieran a los autobuses. Durante el curso del día, la policía consiguió efectuar una detención. Un estudiante estaba ayudando a atravesar la calle a una anciana cuando fue acusado de "intimidar pasajeros". Las patrullas existían tan sólo en la imaginación de las autoridades. Nadie fue amenazado o intimidado para que no subiera a los autobuses; la única preocupación con que cada uno se encaraba era la de sus propias conciencias.
Hacia las nueve y media de la mañana abandoné mi inspección por las calles y me dirigí a la atestada sala del tribunal de la policía. En ella estaban juzgando a la señora Parks, acusada de desobedecer las ordenanzas de segregación de la ciudad. Su abogado, Fred D. Grey -el brillante joven negro que más tarde sería el jefe del consejo para el movimiento de protesta- se encargaba de la defensa. Después que el juez oyó los argumentos, declaró culpable a la señora Parks y la multó con diez dólares más los gastos del tribunal (un total de catorce dólares). Ella apeló el caso. Este era uno de los primeros casos claros en que un negro había sido penado por desobedecer las leyes de segregación. Anteriormente, otros casos como éste o bien habían sido desechados o bien, a las personas inculpadas, se las había acusado por conducta desordenada. De este modo la declaración de culpabilidad y la detención de la señora Parks tuvo un doble impacto: fue el factor que precipitó a que los negros iniciaran una acción positiva y fue una prueba de la evidente aplicación de la ley de segregación racial. Estoy seguro de que los defensores de tales causas hubieran obrado de otra manera si hubiesen previsto las consecuencias.  

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