El Partido Comunista italiano ha sido, sin duda, uno de los más fuertes e influyentes en la Europa de la posguerra hasta que cayó y desapareció consumido por el eurocomunismo. Su papel en la resistencia antifascista y su apoyo de masas, las polémicas en cuanto a la justeza de su línea política tras la II Guerra Mundial, así como la trascendencia de dirigentes como Labriola, Gramsci o Togliatti nos obligan a estudiar su historia.
Con esta primera parte, comenzamos la publicación de una de esas obras que creemos nos ayudarán en esta tarea, escrita por quien fuera Secretario General del PCI desde 1931 a 1964.
I
Se puede decir que la opinión pública italiana no empezó a conocer realmente al partido comunista hasta 1944. El Partido Comunista Italiano contaba entonces con veintitrés años de existencia, y había pasado ya por muchas pruebas, algunas de ellas bastante duras. En realidad, se había constituido el 21 de enero de 1921, con el nombre de Partido Comunista de Italia, que sólo más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial, fue cambiado por el nombre actual.
Sin embargo, antes de 1944 se había hablado, y mucho, del comunismo y de los comunistas. Para Mussolini y para los fascistas, era un tema corriente. Pero era tratado de un modo extraño, con una contradicción bastante clara. El comunismo (o «bolchevismo», como preferían decir, tal vez pensando que este término exótico por sí solo ya era capaz de dar miedo) era presentado como el peor mal que puede afligir a una sociedad, como una forma de delincuencia política o incluso de delincuencia común. De lo cual se deducía inmediatamente la afirmación de la necesidad del régimen fascista y su exaltación. El fascismo había aparecido para impedir que el comunismo triunfase. El fascismo organizaba su poder y actuaba para que este triunfo no llegara, al menos en Italia. Pero aquí empieza la contradicción. Combatir una forma de delincuencia política y hacerla desaparecer, puede que en determinados momentos sea algo difícil; pero nunca puede exigir una transformación total del ordenamiento político con la supresión de todos los derechos de libertad, como ocurrió con el fascismo. Se puede citar el ejemplo de los atentados individuales anarquistas, que fueron frecuentes en algunos años del siglo pasado. Para impedirlos, los gobiernos de diversos países adoptaron particulares medidas represivas y de control, pero no llegaron a cambiar la esencia del ordenamiento político; y la oleada de los atentados anarquistas, por otra parte, terminó por sí misma cuando los ordenamientos políticos, en los más importantes países de Europa occidental, se transformaron, a principios de este siglo, evolucionando hacia una extensión de los derechos democráticos y de la libertad de las organizaciones populares. Si se hubiera tomado en serio la campaña fascista contra el comunismo, se hubiera tenido que llegar a la conclusión de que, si para detener la marcha de los comunistas y alejar la amenaza que suponen, había sido y continuaba siendo necesario hacer todo lo que el fascismo había hecho y estaba haciendo, el comunismo debía representar algo bastante distinto, bastante más serio y profundo que cualquier forma posible de delincuencia. Si para impedir el avance de un partido, o incluso de las ideas, las propuestas y los programas que ese partido representa, es necesario transformar la naturaleza y la misma estructura del Estado, quitándole todo carácter democrático, es signo inequívoco de que ese partido, sus ideas, sus propuestas, y sus programas son algo que irrumpe irresistiblemente del mismo seno de la sociedad y que está destinado inevitablemente a imponerse, mientras no. se impida con medios violentos. La función y necesidad histórica del «comunismo», o más correctamente, diríamos nosotros, la función y necesidad histórica de la formación y afirmación en Italia del partido comunista, venía pues en cierto modo afirmada y demostrada por la misma furiosa campaña que el fascismo desencadenó contra nosotros.
Por analogía, y avanzando temas que volveremos a tratar más adelante, puede decirse que la necesidad histórica del Partido Comunista viene demostrada por una vía indirecta, hoy, por la misma campaña, tan furiosa como la del fascismo, que se desencadena contra nuestro movimiento desde la actual autoridad suprema de la Iglesia católica y de algunos grupos dirigentes de la política exterior de los grandes Estados de Occidente. La autoridad eclesiástica ha empeñado toda su fuerza y todo su prestigio, en Italia, para combatir, para intentar detener de cualquier modo nuestro desarrollo. Ha llegado, como se sabe, en julio de 1949, a lanzar contra nosotros una extrañísima excomunión genérica, que debería alcanzar, prescindiendo de toda averiguación sobre los pecados concretamente cometidos, a todos los que profesan nuestra doctrina, la difunden, hacen propaganda de ella; publican, leen o difunden o colaboran con escritos, libros, periódicos, etc., etc., que defiendan «la doctrina y la práctica del comunismo». Como que esta medida no consiguió resultados prácticos dignos de destacarse, la autoridad que la había tomado ha continuado empeñando en la lucha contra nosotros toda su fuerza, su organización y su extraordinaria potencia material y espiritual. Dicen que se trata de combatir el ateísmo, pero -aparte de que nuestro partido no es una organización para la difusión del ateísmo o el ateísmo debe combatirse, si acaso, con una acción de catequesis más intensa, y no lanzando a toda la Iglesia a una batalla política que parece que debería quedar fuera de su competencia. El total empeño, en ciertos aspectos exclusivo, en nuestro país, de toda la organización eclesiástica en combatir al Partido Comunista, y sólo a él, tiene un precedente histórico. Es análogo al empeño con el que la autoridad eclesiástica se lanzó a fondo en la lucha por detener la difusión e impedir ola victoria de los movimientos revolucionarios de la burguesía. Esta referencia nos lleva fácilmente a la conclusión de que, en la actualidad, nosotros somos un movimiento que representa algunas de las características que hicieron irresistible el avance de los movimientos revolucionarios burgueses. No una corriente de pensamiento entre las demás, no una combinación cualquiera de las opiniones de tal o cual grupo social, no el siempre respetable pero a veces superficial y pasajero compromiso ideológico de especialistas de la acción sindical o política; sino un movimiento que surge de lo más profundo del actual ordenamiento de la sociedad, que plantea y afronta problemas que no pueden eludirse; un movimiento que cuando aparentemente está abatido y destrozado no perece sino que encuentra en Ja misma acción represiva un nuevo motivo de eficacia; que siempre saca nuevas fuerzas de 'las mismas condiciones de la actual vida social. Es decir, un movimiento históricamente necesario.
Veamos una tercera confirmación de nuestro análisis en uno de los aspectos fundamentales de la actual política exterior de los grandes Estados capitalistas del occidente europeo. Cuando a los dirigentes de estos Estados se les echa en cara que han sacrificado y sacrifican la independencia nacional de sus pueblos, permitiendo su sujeción militar, política y económica por la mayor potencia del mundo capitalista, los Estados Unidos de América, sólo saben responder que esta sujeción es el único medio eficaz de impedir el progreso y la victoria del comunismo Si no hubiese bases de guerra americanas en todo el occidente europeo, si no estuviese presente la amenaza de una intervención armada y no fuese efectiva y continua la intervención en la vida política de estos países, los partidos comunistas, dicen, habrían llegado ya al poder en toda Europa y gobernarían no sólo la parte oriental, sino también la parte occidental de nuestro continente. Es decir, que les habría llevado o les llevaría al poder de modo irresistible,' el mismo desarrollo de las cosas y el apoyo de las masas populares avanzadas. Su afirmación se impondría como una necesidad de la historia.
Con lo anterior hemos intentado afrontar y responder, por lo menos con una serie de pruebas indirectas, a una pregunta que parece ser previa a cualquier ulterior consideración sobre la historia y las funciones del Partido Comunista en Italia. ¿Es el Partido Comunista una realidad históricamente necesaria de la vida nacional e internacional del pueblo italiano, o más bien una creación artificial, llegada o impuesta desde el exterior? Y si se reconoce que es una realidad históricamente necesaria, ¿ de qué naturaleza es esta realidad? La pregunta se puede plantear no sólo al nuestro, sino a todos los partidos. Hay algunos partidos que han aparecido de un modo imprevisto y han desaparecido rápidamente, tras haber obtenido rápidos, y a veces inesperados, pero pasajeros éxitos. Otros han ocupado un período entero de la historia y en ese período han cumplido una función importante; pero han desaparecido de escena precisamente en el momento en que parecía que debían asumir una nueva o renovada función positiva de dirección de la vida nacional.
Para ilustrar el primer caso podemos citar el ejemplo del partido llamado del «Hombre cualquiera», que tuvo notables éxitos electorales e incluso políticos en los primeros años de vida parlamentaria después de la caída del fascismo, pero que se deshizo con mayor rapidez aún que con la que se había afirmado. Este altibajo fue, en esencia, profundamente lógico. Aquel partido surgió en los años de la colaboración gubernamental de la Democracia Cristiana con los comunistas y los socialistas. Los dirigentes democristianos no podían romper esa colaboración, ni llamar abiertamente a reagruparse en torno suyo a los grupos reaccionarios de la burguesía, los restos del movimiento fascista y todas las fuerzas conservadoras de la sociedad. Tendían a ello y ya trabajaban en ese sentido, pero inicialmente se necesitaba la intervención de un factor de ruptura de la situación existente. Esta función contingente, y por tanto limitada, la cumplió el partido del «Hombre cualquiera», Por ello su éxito tenía que ser breve. La burguesía conservadora y reaccionaria buscaba un instrumento bastante más sólido para la restauración de su poder; y ya sabía que tenía ese instrumento a su di~~posición en el partido de la Democracia Cristiana. Cuando ésta pudo superar totalmente los escrúpulos que aún la vinculaban con una política de unidad de las masas trabajadoras, el «Hombre cualquiera» ya no tuvo ninguna razón de existir. Las tentativas de sus dirigentes de justificar su existencia y afirmarse con fórmulas políticas autónomas y con un programa autónomo, acabaron en el ridículo como todo el mundo recuerda.
Más interesante es el caso de los partidos que desaparecen o decaen en el momento en que parece que estén en condiciones de triunfar. Puede citarse el ejemplo tanto del Partido de Acción, que fue uno de los protagonistas principales de nuestro Risorgimento, como del actual Partido Liberal.
El Partido de Acción estuvo en la izquierda en la lucha por la creación del Estado nacional italiano. En su programa se incluía la unidad y la instauración de un orden democrático republicano. Para llevar a cabo este programa, llamaba a las acciones populares e intentaba, concretamente, estimularlas y dirigirlas. Sin embargo, una vez constituido el Estado unitario, y cuando se hubiera podido prever -en abstracto- una lucha del Partido de Acción para democratizarlo, el partido, por el contrario, se descompone y desaparece. La creación del Estado unitario satisfacía las exigencias económicas y políticas de la burguesía conservadora, y es evidente que para esta burguesía la forma ideal del Estado era la que hubo después de 1870. El viejo Partido de Acción sólo hubiera tenido una perspectiva de desarrollo posterior si, en la lucha por la unidad, hubiera conseguido poner en movimiento y organizar amplias masas populares, capaces de oponerse a la burguesía conservadora y de sostener y llevar hasta la victoria un movimiento democrático y republicano. Pero entonces aún no existía una clase obrera lo suficientemente fuerte como para constituir el eje de semejante movimiento. Existían las amplias masas campesinas, pero los mismos dirigentes del Partido de Acción, obstaculizados por los prejuicios de conservación social y por su estrecha visión política, no habían pensado ponerlas en movimiento llamándolas a la acción por una solución radical del problema de la tierra, tal como había ocurrido, por ejemplo, en la gran revolución francesa. Los grupos de intelectuales y burgueses radicales, e incluso los grandes pensadores y combatientes que el Partido de Acción había tenido en los años anteriores, se vieron privados de una base real efectiva en el país y por ello, poco a poco, perdió su importancia política. El programa político y el valor de los dirigentes no sirvió para llevar a la victoria a un partido al que le faltaba una efectiva y potente base real en la sociedad.
En cuanto al actual Partido Liberal, fue, desde la unidad y hasta el advenimiento del fascismo, el verdadero partido de gobierno de las clases burguesas italianas. Este partido no tuvo nunca, en todo este período, una organización como la que tienen los actuales grandes partidos políticos. Funcionaba sobre una amplia red de ligámenes personales e intereses locales, relaciones de negocios, y relaciones entre los ciudadanos y la organización del Estado. De esta [arma, ayudado por algunos grandes órganos de prensa, y en parte por una organización clandestina de un tipo especial, como la masonería, tuvo de hecho el dominio de la sociedad civil y fue dueño de la mayoría del cuerpo electoral, sobre todo mientras éste fue relativamente restringido. Una vez derrocado el régimen fascista, esta situación no ha podido ser reconstruida. El programa del Partido Liberal no ha cambiado. Este partido es actualmente, como siempre ha sido, un defensor decidido del actual orden económico, y por ello las esferas dirigentes burguesas no tienen motivos para negarle, como en el pasado, su confianza y su apoyo. Pero la sociedad actual ya no es la de antaño. Ha habido y continúa habiendo un gran despertar de la conciencia política de las masas populares. Los diarios y los semanarios aún dirigen una parte notable de la opinión pública; pero su eficacia está sensiblemente reducida por la existencia y la actividad de grandes organizaciones económicas y políticas, que agrupan a obreros, campesinos y capas medias y que con su acción expresan la voluntad, cada vez más decidida en estos grupos sociales, de resolver en su propio interés y según sus aspiraciones todos los problemas de la vida política. El antiguo método con el que el Partido Liberal ejercía su propio poder, ya no resulta adecuado para esta situación. Es como un cuchillo que ha perdido la hoja. Por ello, las clases dirigentes burguesas han tenido que buscar otro instrumento político, adaptado a la nueva realidad, y capaz de asegurar, en las condiciones actuales, su predominio político, y no es extraño que lo haya encontrado precisamente en la Democracia Cristiana. Ésta, no sólo está decida a conservar el actual orden social, sino que también es capaz de dar vida a organizaciones económicas y políticas de tipo moderno, y está protegida, además, por una organización como la de la Iglesia católica, que conserva, ciertamente, muchos aspectos de un pasado medieval, pero que dispone, al mismo tiempo, de potentísimos medios materiales y espirituales para dirigir una grandísima parte de la población incluso en el campo político. Por ello, puede decirse que la llegada de la Democracia Cristiana al lugar del viejo Partido Liberal, como principal organización política de las clases burguesas, y la misma posición que en el orden político ha asumido la Iglesia católica, estaban en la naturaleza de las cosas, desde el momento en que las clases burguesas se preocupaban por encima de todo de mantener intacto, a cualquier precio, su predominio. En este caso ha tenido un valor decisivo en la elección la eficacia de los medios de que dispone el partido para atraer y mantener a su lado a amplios estratos de la población.
De las primeras consideraciones que hemos hecho y de los ejemplos citados pueden sacarse algunas conclusiones. La resistencia de un partido a las tentativas de destruirlo mediante la utilización de todos los medios, llegando incluso a suprimir toda forma de libertad democrática y a someter al país a un dominio extranjero, contiene ya un principio de prueba de la necesidad histórica de este partido. Pero se trata todavía de una prueba indirecta. La prueba directa, por otra parte, no proviene solamente de la conveniencia, la nobleza y la justeza de las posiciones ideológicas y programáticas, sino del hecho de que estas posiciones sean expresión y resultado de un movimiento real, que parta de la misma esencia de la vida económica y social, y llegue a manifestarse en un amplio progreso de la conciencia política de importantes grupos sociales y, por tanto, en una fuerte y eficaz organización, adecuada a la necesidad de la acción que el partido quiere y debe llevar a cabo. Cada uno de estos aspectos está ligado al otro e influye en él. Se equivocan, por ejemplo, quienes atribuyen el mérito exclusivo o casi exclusivo de los progresos del Partido Comunista Italiano, de su tenaz resistencia al fascismo y de los éxitos que han coronado, sucesivamente, su acción, exclusivamente o casi exclusivamente a una superior capacidad organizativa, a la existencia de cuadros más numerosos y mejor preparados que, por ejemplo, los del Partido Socialista u otros movimientos democráticos. Sin duda, ha existido y aún existe una superioridad en este aspecto. Pero esta superioridad, a su vez, está condicionada por las posiciones ideológicas y políticas del partido, por el hecho de que estas posiciones expresan orientaciones y movimientos históricamente necesarios de las amplias masas trabajadoras, que es lo que ha creado y crea el ambiente indispensable para la formación de nuevos cuadros dirigentes e intermedios, y para todo el reforzamiento de la organización.
Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista Italiano, que ha sido sin duda el estudioso más profundo de las cuestiones relativas a la existencia, al carácter y a la actividad de los partidos políticos, llegaba a la conclusión de que un partido llega a ser históricamente necesario «cuando las condiciones de su "triunfo", de su seguro acceso al Estado, están al menos en vías de formación y permiten prever normalmente su posterior desarrollo». En este caso, un partido llega a ser incluso insuprimible, es decir, que ya no puede «ser destruido con medios normales», si confluyen tres elementos fundamentales, que él mismo describía así:
«1) Un elemento amplio, de hombres normales, que ofrecen su participación, su disciplina y su fidelidad, sin mucho espíritu creativo ni un alto nivel de organización. Sin esto el partido no existiría, ciertamente, pero también es verdad que el partido existiría "solo" con esto. Son una fuerza si hay quien les centraliza, organiza, disciplina, pero en ausencia de esta fuerza cohesiva se dispersarían y anularían en una disgregación importante. No niego que uno de estos elementos pueda convertirse en una de estas fuerzas cohesivas, pero ahora hablamos precisamente de los que no lo son o no están en condiciones de serio, o, si lo son, lo son sólo en una área restringida, políticamente ineficiente y sin consecuencias.
»2) El elemento cohesivo principal, que centraliza a nivel nacional, y que convierte en eficiente y potente un conjunto de fuerzas que abandonadas a sus propias fuerzas no valdrían nada o muy poco; este elemento está dotado de una fuerza altamente cohesiva, centralizadora y disciplinadora y también, tal vez precisamente por esto, inventiva (si entendemos "inventiva" en una cierta dirección, según ciertas líneas de fuerza, ciertas perspectivas e incluso ciertas premisas): también es verdad que con sólo estos elementos no formaríamos el partido, pero aún lo formaríamos más que con el primer elemento considerado. Se habla de capitanes sin ejército, pero en realidad es más fácil formar un ejército que formar capitanes. Tan cierto como que un ejército ya existente es destruido si se queda sin capitanes, mientras que la existencia de un grupo de capitanes, con confianza y de acuerdo entre ellos, con fines comunes, no tarda en formar un ejército donde éste no existe.
»3) Un elemento medio, que articula el primero con el segundo elemento, que los pone en contacto, no sólo "físico", sino moral e intelectual. En realidad, para cada partido existen "proporciones definidas" entre estos tres elementos y se consigue la máxima eficiencia cuando se cumplen estas "proporciones definidas"!
Se nos ocurre señalar, con respecto a este minucioso análisis, que Gramsci escribía en la cárcel, hacia 1933, cuando hacía seis años que estaba recluso y por tanto no estaba en condiciones de conocer cómo el Partido Comunista, falto de su dirección desde finales de 1926, resistía con tenacidad al fascismo que lo quería suprimir, que todos estos tres elementos que él señala como fundamentales deben remitirse, para ser válidos, a la presencia o al menos a la maduración de las condiciones objetivas que permitan prever el «triunfo» del partido de que se trata. Pero hemos querido insertar este análisis aquí al principio porque en él se contiene, en esencia, una guía indirecta de todo nuestro tratamiento posterior del tema. El «elemento amplio» que Gramsci pone en primer plano, y que hoy llamamos adhesión de masas, fue alcanzado por nuestro partido en el gran movimiento socialista y el movimiento democrático popular italiano. El segundo elemento, cohesivo, centralizador y disciplinador, proviene del desarrollo del pensamiento marxista. sobre la base de la experiencia internacional y nacional, en los grupos más avanzados y conscientes del mismo movimiento democrático y socialista. El tercero ha -salido y surge continuamente del primero, a través de las pruebas de la lucha de clases y de la lucha política y bajo la guía de una dirección y de la demostración de que son adecuadas a estas pruebas.
1. ANTONIO GRAMSCI: Opere, 5, «Note su! Machiavelli, sulla poliitica e sullo 5tato moderno», Einaudi, 1949, pp. 23-24. Versión castellana: A. GRAMSCI: Notas sobre Maquiavelo, la política y el Estado moderno, Lautaro, Buenos Aires, 1962._____________
Extraído del título: "El Partido Comunista Italiano"
Autor: Palmiro Togliatti
Editorial: Avance
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