martes, 2 de agosto de 2011

Mi Vida con Lenin (II). En el exilio, 1898-1901

2
En el exilio, 1898-1901

Viajé a Minussinsk por mi propia cuenta, acompañada de mi madre. Llegamos a Krasnoyarsk el primero de Mayo de 1898, y desde allí teníamos que seguir en vapor por el Yenissei. No obstante, el servicio de vapores aún no había empezado. En Krasnoyarsk conocimos a Tiutchiev y su esposa, miembros de los “narcodopravetz”, (1) que siendo gente con experiencia en estas situaciones, concertaron una cita entre un miembro de los socialdemócratas de paso en Krasnoyarsk y yo. Entre ellos había camaradas que habían sido procesados conmigo en el mismo caso: Lengnik y Silvin. Los soldados que llevaban a los exiliados para ser fotografiados estaban sentados a un lado comiendo el pan y salchicha que les habíamos ofrecido.


1. Miembro de un grupo revolucionario de los 1870, precursores del Partido “Voluntad del Pueblo”.
En Minussinsk fui a ver a Arkady Tyrkov, uno de los exiliados del grupo “Primero de Marzo”,(2) para llevarle recuerdos de su hermana, que era una antigua compañera de escuela. También visité a Félix Y. Kon, que para mi estaba revestido de una aureola de viejo revolucionario intransigente. Me gustaba mucho.

2. Miembros del Partido “Voluntad del Pueblo” exiliados a raíz del asesinato del zar Alejandro II el 1 de Marzo de 1881. El hermano de Lenin, Alexander Ulianov, fue ejecutado por su participación en el atentado.
Anochecía cuando llegamos a Shushenskoye, donde vivía Vladimir Ilich. Vladimir Ilich había salido a cazar. Deshicimos el equipaje y fuimos conducidos a la izba (cabaña de troncos). N la región de Minussinsk en la Siberia, los campesinos son especialmente limpios en sus hábitos. Los suelos están cubiertos de esteras tejidas a mano de brilltantes colores, las paredes son blanqueadas y adornadas con ramas de abeto. La habitación de Valadimir Ilich, aunque no era grande, estaba inmaculadamente limpia. A mi madre y a mí nos asignaron el resto de la cabaña. Los dueños de la izba y los vecinos acudieron todos al interior, mirándonos curiosamente y haciéndonos preguntas. Por fin volvió de cazar Valadimir Ilich. Se sorprendió de ver luz en su habitación. El dueño de la cabaña le dijo que había sido Oscar Alexandrovich (un obrero exiliado de Petersburgo) que había vuelto borracho y había esparcido sus libros por todas partes. Vladimir subió corriendo las escaleras, y en aquel momento yo salí de la izba. Estuvimos hablando durante horas y horas aquella noche. Vladimir tenía muy buen aspecto y estaba lleno de salud.
En Shushenskoye solamente había dos obreros exiliados. Uno era Prominsky, un sombrerero polaco de Lodz, socialdemócrata con mujer y seis hijos. El otro era Enberg, de las Obras Putilov de Petersburgo, de nacionalidad finlandesa, Los dos eran muy buenos amigos. Prominsky era un hombre callado, tranquilo, pero muy duro. Leía poco y no sabía mucho, pero tenía un marcado instinto de clase. Su actitud para con su esposa aún religiosa era de alegre burla. Le gustaba muchísimo ir de caza. Los domingos se ponía el traje nuevo y una sonrisa especialmente radiante parecía adornar su rostro. Cantaba muy bien las canciones revolucionarias polacas: “Ludu Roboczy”, “Pierwszy Maj” (3), y muchas otras. Los niños cantaban con él y Vladimir Ilich también se unía a ellos en los coros. Cantó mucho y con gran entusiasmo en Siberia. También cantaba canciones revolucionarias rusas que Lenin le había enseñado. Prominsky intentó volver a Polonia a trabajar y cazó un incalculable número de liebres para hacer abrigos de pieles para los niños, pero nunca consiguió volver a Polonia. Él y su familia no pasaron de Krasnoyarsk, donde obtuvo un empleo en el ferrocarril. Los niños son ahora hombres. Prominsky se hizo comunista, su esposa Panya Prominskaya también, y los hijos también. Uno murió en la guerra, otro consiguió escapar de la muerte en la guerra civil y ahora está en Chita. No fue hasta 1923 que Prominsky partió para Polonia, pero murió de tifus por el camino.

3. “Clase Obrera”. “Primero de Mayo”
El otro obrero era un tipo bastante distinto. Era joven u había sido deportado por tomar parte en una huelga, y por agitador durante su desarrollo. Leía mucho sobre toda clase de temas, peor aún así tenía nociones muy vagas sobre el socialismo. Una vez llegó a casa desde el Volost y dijo, “Ha llegado uno nuevo, y estamos de acuerdo en nuestras convicciones”. “¿Qué quieres decir?” Pregunté yo “Tanto él como yo”, respondió “estamos contra la revolución”. Vladimir y yo soltamos una carcajada. Al día siguiente me senté con él a estudiar el Manifiesto Comunista (que yo tuve que traducir del alemán). Después de aquello, continuamos leyendo el Capital. Durante una de las lecciones, Prominsky entró y se sentó, fumando su pipa. Yo le hice alguna pregunta sobre lo que acabábamos de leer. Oscar no supo qué responder, pero Prominsky, tranquilamente sonriendo para sus adentros contestó la pregunta. Después de aquello Oscar dejó de estudiar por toda una semana. De todos modos era un buen tipo. No había otros exiliados en Shushenskoye. Vladimir Ilich me dijo que había intentado hacer amistad con el maestro local: el cura y un par de tenderos con los que pasaba el tiempo bebiendo y jugando a las cartas. No tenía el menos interés en los problemas sociales. El hijo mayor de Prominsky, Leopoldo, que ya entonces simpatizaba con los socialistas, estaba siempre disputando con su maestro.
Vladimir Ilich tenía amistad con un campesino, Shuravliev, del cual estaba muy contento. Tuberculoso, de treinta años de edad, Zhuravliev había sido anteriormente clérigo rural. Vladimir Ilich decía de él que tenía naturaleza de revolucionario, de contestatario. Zhuravliev se oponía valerosamente a los ricos y no toleraba la menor injusticia. Se marchó lejos, y antes de mucho tiempo murió de tuberculosis.
Otro amigo de Ilich era un pobre campesino con quien iba a menudo de caza. Era un viejo mujik de lo más tozudo, y le llamaban Sosipatuch. Sin embargo mantenía excelentes relaciones con Vladimir Ilich y le hacía toda clase de regalos, a cual más extraño: una vez una grulla, otra vez piñas de cedro.
A través de Sosipatych y de Zhuravliev, Vladimir Ilich estudiaba el campo siberiano. Una vez me habló de una conversación que él había tenido con el rico campesino propietario de la casa en que vivía. Un trabajador de la granja le había robado una piel, y el rico campesino le sorprendió con las manos en la masa. Acabó con él allí mismo. A propósito de esto, Ilich habló de la despiadada crueldad del ridículo propietario, de la despiadada manera en que explotaba a los trabajadores de la granja. Ciertamente, los trabajadores siberianos trabajaban como siervos, arañando pequeños periodos de descanso los días de fiesta.
Ilich tenía también otro método de observar el campo. Los domingos se ocupaba de una asesoría jurídica. Disfrutó de gran popularidad como jurista a partir de un caso en el que ayudó a un obrero que había sido despedido de las minas de oro. Ilich ganó el pleito del obrero contra el propietario de las minas, y la noticia pronto corrió entre los campesinos. Los mujiks y las campesinas venían a contarle sus quejas. Vladimir Ilich les escuchaba atentamente y lo investigaba todo, dando después su consejo. En una ocasión, un campesino vino desde veinte versts de distancia para que le aconsejara sobre cómo podía poner un pleito a su cuñado por no haberle invitado a su boda, en la que abundaron las buenas bebidas. “Pero si voy a verle ahora ¿me ofrecerá alguna bebida?” “Claro que sí, pero tiene que ir ahora” Y Vladimir Ilich tardó casi una hora en convencer al mujik de que hiciera las paces con su cuñado. A veces era imposible entender de que se trataba por las historias que contaban, y para remediarlo, Vladimir siempre les pedía que llevaran una copia de los documentos más importantes. Una vez un oto propiedad de un rico granjero corneó a la vaca de una pobre campesina. El juzgado de Volost ordenó al propietario que pagara a la mujer diez rublos. La mujer no estuvo d acuerdo con la decisión y pidió una “copia” del caso. “¿Qué quiere usted” “Una copia de la vaca blanca ¿verdad?” le dijo burlonamente el asesor. La iracunda campesina llevó sus quejas a Vladimir Ilich. A veces era suficiente que la persona ofendida amenazara con llevar su queja a Ulianov para que el ofensor desistiera. Vladimir Ilich estudiaba muy de cerca al pueblo siberiano, tal como antes lo había hecho con el campo del Volga. Ilich me dijo una vez: “Mi madre quería que yo fuese granjero. Me disponía a hacerlo cuando me di cuenta de que era imposible. Mis relaciones con los mujiks no hubieran sido normales”.
Estrictamente, Vladimir Ilich no tenía derecho, como exiliado, a ocuparse de asuntos jurídicos. Pero aquellos tiempos eran muy liberales para la región de Minussinsk, y prácticamente no había vigilancia.
El “asesor”, un campesino rico del lugar, tenía más interés en vender un terreno que en vigilar que “sus” exiliados no escaparan. Todo era increíblemente barato en Shishenskoye. Por ejemplo, con su “salario” – una subvención de ocho rublos- Vladimir Ilich tenía una habitación limpia, comida, y la ropa limpia y remendada ¡Y aquello se consideraba caro” Es cierto que la comida y la cena eran mas bien frugales. Una semana matarían un cordero y se lo irían dando día a día a Vladimir Ilich hasta que se terminara, entonces comprarían carne para otra semana, y la chica de la granja la cortaría y la metería en el hueco en el que se preparaba el forraje del ganado. Esta carne era la carne que comía Vladimir Ilich. Pero había abundancia de leche. Tanto para Vladimir Ilich como para su perro, un setter Gordon llamado Zhenka, al que adiestraba a traerle cosas, a buscar y otras habilidades caninas.
Como que los Zyryanov acostumbraban a beber en la casa con otros campesinos y en muchos aspectos la vida de familia era muy fastidiosa, pronto nos mudamos a otro sitio. Alquilamos media cada con cocina, jardín y patio por cuatro rublos. Vivíamos como en familia y en verano era imposible encontrar a nadie que hiciera el trabajo de casa. Yo y otra forcejeábamos juntas con la cocina rusa. Primeramente tropezaba siempre con el asa del horno y derramaba la sopa y las albóndigas sobre el hogar, pero más adelante me acostumbré. En nuestro jardín-huerto crecían toda clase de cosas: pepinos, zanahorias, remolachas, calabazas, yo estaba muy orgullosa de ello. También convertimos el patio en huerto, y plantamos en él lúpulo que cogimos del bosque.
En Octubre apareció una joven sirvienta. Tenía treinta años y se llamaba Pasha, de codos puntiagudos. Pronto se dedicó a los trabajos de la casa. Yo le enseñé a leer y escribir, y ella adornó las paredes con la norma de mi madre: “nunca, nunca, derrames el té”. También llevaba un diario, en el que escribía notas como la siguiente: “Oscar Alexandrovich y Prominsky vinieron. Cantaron una canción. Yo también canté.”
Luego apareció el elemento infantil. Al otro lado vivía un colono, un letón que confeccionaba botas. Había tenido catorce hijos pero sólo le quedaba uno con vida, se llamaba Minka. Minka tenía seis años y su carita era muy pálida, su padre era un borracho empedernido. Minka tenía los ojos claros y una manera seria de expresarse. Empezó a venir diariamente. Acabábamos de levantarnos y ya oíamos la puerta, apareciendo una pequeña figura envuelta en un grueso abrigo de piel con un jersey alrededor del cuello a guisa de bufanda que exclamaba alegremente: “¡Aquí estoy!” Sabía que mi madre estaba loca por él y que Vladimir Ilich siempre quería jugar y bromear con él. La madre de Minka vendría corriendo y gritando:
“Minichka, ¿has visto un rublo?”
“Si, pero he visto que estaba sobre la mesa y lo he puesto en la caja”
Cuando nos fuimos de allí Minka enfermó de pena. Ahora ya ha muerto y el botero ha hecho un escrito pidiendo un pedazo de tierra en el Yenissei, “porque no quiero sufrir de hambre a mi edad”.
Nuestra familia creció, se unió a nosotros un gato.
Por la mañana. Vladimir Ilich y yo nos sentábamos a traducir el Webbs que Struve nos había conseguido. Después de comer pasábamos una o dos horas rescribiendo conjuntamente El Desarrollo del Capitalismo en Rusia. Después siempre teníamos trabajos diversos. Creo que fue Potressov el que nos mandó por sólo dos semanas el libro de Kautsky contra Bernstein. Dejamos los otros trabajos y lo tradujimos en el tiempo señalado –dos semanas. Cuando terminábamos el trabajo dábamos un paseo. A Vladimir Ilich le gustaba apasionadamente la caza. Se procuró unos pantalones de piel y se metió en las marismas. “Bueno, allí había caza”, fue su excusa. Cuando yo llegué era la primavera y me quedaba perpleja. Prominsky entraba con una amplia sonrisa y exclamaba: “los he visto, los patos han volado”. Luego entraba Oscar, también cargado de patos. Hablaban sobre aquello durante horas, pero hacia la primavera siguiente yo ya podía hablar también sobre los pastos, quién los había visto, dónde y cundo. Después de las heladas de invierno, la naturaleza explotaba abundantemente en primavera. Su potencia era increíble. La puesta de sol. En los lagos de primavera nadaban los cisnes silvestres. O nos quedábamos a la orilla de un bosque y escuchábamos el murmullo de un arroyo, o el canto de los pájaros. Vladimir Ilich entraba en el bosque mientras yo sujetaba a Zhenka. Mientras lo sostenía el perro temblaba de excitación y yo sentía el despertar de la naturaleza. Vladimir Ilich decía “Si vemos alguna liebre no dispararé, pues no he traído zurrón y será incómoda de llevar. Inmediatamente saltaba una liebre y Vladimir Ilich disparaba.
A finales de otoño, cuando el Yenissei ya empezaba a bajar con hielo, íbamos a las islas a buscar liebres, que en aquella época ya se estaban volviendo blancas. Al no poder salir de las islas, saltaban por doquier como locas. Nuestros cazadores llenaban a menudo todo el bote de liebres.
Cuando vivimos en Moscú, Vladimir Ilich también iba a cazar en los últimos años, pero su pasión por la caza ya había disminuido considerablemente. Una vez organizamos una cacería de zorros. Vladimir se interesó mucho por la empresa. “Muy hábilmente preparado”, dijo él. Colocamos los tiradores de tal manera que el zorro corrió directamente hacia donde estaba Vladimir Ilich. El empuñó su arma y el zorro, después de quedarse quieto mirándolo por un momento dio media vuelta y salió del bosque. “¿Por qué diablos no disparaste?” Le preguntamos perplejos. “Bueno era tan bello”, dijo Vladimir Ilich.
A fines del otoño cuando la nieve aún no había empezado a caer, pero los ríos ya empezaban a helarse, caminábamos corriente arriba. Podían verse las piedras del fondo y los pececillos a través del hielo, como por arte de magia. Y llegaba el invierno, y el mercurio se helaba en los termómetros, los ríos se helaban hasta el fondo, y el agua que discurría sobre el hielo se helaba formando una delgada capa. Se podía ir patinando durante dos versts sintiendo la delgada capa crujir bajo los pies. A Vladimir Ilich le gustaba enormemente todo aquello...
Al atardecer acostumbraba a leer libros de filosofía, Hegel, Kant, y los naturalistas franceses, o, cuando estaba muy cansado, Puchkin, Lermontov o Nekrassov.
Cuando Vladimir Ilich vino por primera vez a Pertersburgo y yo sólo le conocía de oídas, Stepan Ivanovich me dijo que Vladimir Ilich solamente leía libros serios y que nunca había leído una sola novela en toda su vida. Aquello me intrigaba, y cuando más tarde llegué a conocerle más íntimamente, nunca o casi nunca hablamos sobre ello, pero en Siberia me di cuenta de que se trataba de una pura leyenda. Vladimir no solo leía, sino que a veces releía, a Turgueniev, L. Tolstoy, el ¿Qué hacer? De Chernyshevsky, y en general tenía un amplio conocimiento y admiración por los clásicos. Tenía un álbum en el que además de contener fotografías de parientes y de viejos exiliados políticos, había fotografías de Zola, Hertzen y varias fotos de Chemyshevsky.(4)

4. Sentía un especial aprecio por Chernyshevsky. En una fotografía de Chernyshevsky hay una inscripción de mano de Vladimir Ilich: nacido (tal fecha), muerto en 1889.
El correo llegaba dos veces por semana. Había abundante correspondencia. Anna Ilyinichna (la hermana de Lenin) escribía contándolo todo y los camaradas escribían desde Petersburgo. Entre otros detalles, Nina Alexandrovna Struve me escribía sobre su hijito: “ya sostiene la cabeza y cada día le levantamos frente a los retratos de Darwin y Marx y le decimos: saluda al Tío Darwin, saluda al Tío Marx, y mueve la cabeza de un modo tan gracioso”. También nos llegaban cartas de otros lugares de exilio, de Martov desde Turukhansk, de Orlov desde la Vyatka Gubernia, y de Portressov. Pero en su mayoría procedían de camaradas que se encontraban en aldeas vecinas. Desde Minussinsk, que estaba a cincuenta versts de Shushenskoye, nos llegaban cartas de los Krzhizhanovsky y de Starkov; a 30 versts, en Yermakovsk, vivían Lepeshinsky, Vaneyev, Silvin y Panin, compañero de Oscar. En Tess, a sesenta versts, estaban Lengnik, Shapoval y Baramzin, mientras que Kurnatovsky vivía en un molino de azúcar. Manteníamos correspondencia sobre todos los temas imaginables. Sobre las noticias rusas, los planes para el futuro, libros, nuevas tendencias, filosofía. Incluso escribíamos sobre el ajedrez, especialmente con Lepeshinsku. Hacíamos partidas por correspondencia. Vladimir Ilich acostumbraba a disponer las piezas y quedarse durante horas resolviendo los problemas. En una ocasión estaba tan ensimismado en el ajedrez que llegó a gritar en sueños : “¡Si pone su caballo aquí, yo meteré mi torre allí!”
Tanto Vladimir Ilich como su hermano Alexander Ilich fueron grandes entusiastas del ajedrez desde temprana edad. Su padre también jugaba. “Primeramente acostumbraba a ganar el padre”, me contó Vladimir Ilich. “Luego mi hermano y yo nos hicimos con un manual de ajedrez y empezamos a ganarle. Una vez –cuando nuestra habitación estaba arriba- vimos que nuestro padre salía de la habitación con una vela en la mano y el manual bajo el brazo. Iba a estudiarlo.
De regreso a Rusia, Vladimir Ilich dejó de jugar al ajedrez. “El ajedrez te domina demasiado y te hace retrasar el trabajo”. Y como era una persona a quien no le gustaba hacer nada a medias sino que dedicaba todas sus energías a lo que estaba haciendo, rehusó jugar más al ajedrez, ni siquiera como diversión o mientras estaba en el exilio.
Desde muy joven, Vladimir Ilich era capaz de abandonar cualquier actividad que se interfiriera con su trabajo. “Cuando iba a la escuela”, me contó, “acostumbraba a ir a patinar, pero me di cuenta de que quedaba tan cansado que siempre quería ir me a dormir enseguida. Esto me retrasaba en mis estudios, de modo que dejé de patinar”.
“Una vez”, me contó en otra ocasión, “estaba muy ensimismado en el Latín.” “¿Latín?” pregunté con sorpresa. “Sí, sólo que empezó a quitarme tiempo del otro trabajo y tuve que dejarlo.” Recientemente, leyendo Lef, (5) leí un artículo que trataba del estilo y estructura de los discursos de Vladimir Ilich- Aludía al parecido existente entre la construcción de las frases de Vladimir Ilich y las de los oradores romanos, y la similaridad de método oratorio. Entonces comprendí por qué se había sentido tan cautivado por el estudio de los escritores latinos.

5. Abreviatura de “Frente Izquierdo”, revista aparecida en Moscú después de la Revolución, publicada por el grupo “Futurista Proletario” de Mayakovsky.
No sólo manteníamos correspondencia con otros camaradas también exiliados, sino que a veces, aunque no muy a menudo, nos reuníamos con ellos.
Una vez fuimos a ver a Kurnatovsky. Era un buen camarada y marxista erudito, pero había tenido una vida muy dura. Una niñez desgraciada a causa de su padre. Luego, exilio tras exilio, prisión tras prisión. Apenas llevaba trabajando un mes cuando era de nuevo detenido y deportado por largos años. No sabía que cosa era la vida real. Tengo en la memoria un pequeño incidente que ilustra su manera de ser. Pasábamos junto a la azucarera donde él estaba empleado. Dos niñas pasaron por nuestro lado, la mayor de ellas llevaba un cubo vacío, y la más pequeña un cubo lleno de remolachas. “Debería darte vergüenza de dejar que la pequeña lleve peso”,dijo Kurnatovsky a la niña mayor, pero ésta le miró asombrada. También fuimos a Tess. Una vez recibimos una carta –creo que de los Krzhizhanovsky- que decía que “...el jefe de policía está muy molesto con nosotros por alguna protesta que hemos hecho, y no nos permite ir a ninguna parte. En Tess hay montañas de interés geológico. Escribe y di que quieres explorarlas”. Tomándoselo a broma, Vladimir Ilich escribió una instancia al jefe de policía, pidiendo no sólo que se le permitiera ir a Tess, sino también ayuda económica para él y su esposa. El jefe de policía mandó el permiso por un mensajero especial. Alquilamos un caballo y un carruaje por tres rublos. La mujer nos aseguró que el caballo era fuerte, que no era un “jamelgo”, y que comía avena. De este modo fuimos a Tess. Aunque el caballo no era un “jamelgo”, ya estaba medio muerto a la mitad del camino, pero no obstante pudimos llegar a Tess. Vladimir Ilich conversó con Lengnik sobre Kant, y con Barazmin, sobre los círculos de estudio de Kazán. Lengnik, que tenía una bonita voz, nos cantaba canciones. En genera, los recuerdos de aquella excursión son especialmente gratos.
Fuimos a Yermakovskoye un par de ocasiones. Una vez fue para pasar una resolución sobre el “Credo”. (6) Vaneyev estaba gravemente enfermo de tisis y se moría. Llevaron su cama a la sala grande donde estaban todos sus camaradas reunidos. La resolución fue aprobada por unanimidad.

6. Declaración emitida por los “Economistas”. Fue llamada burlonamente “Credo” por la hermana de Lenin.
La segunda vez que fuimos allí fue para el entierro de Vaneyev. (7)

7. El entierro de A. A. Vaneyer se celebró el 22 de Septiembre de 1889.
De entre los “Decembristas” dos ya estaban fuera de acción: Zaporozhetz, que se volvió loco en prisión, y Vaneyev, que murió de una enfermedad contraída en la prisión. Ambos habían entregado sus vidas cuando la llama del movimiento obrero apenas había empezado a surgir.
En el año nuevo, fuimos a Minussinsk, donde se habían reunidos todos los exiliados del “Narodnaya Volya”. Aquellos veteranos manifestaban una actitud de desconfianza hacia la juventud socialdemócrata. No les tenían por auténticos revolucionarios. Con esta situación, había ocurrido en Minussinsk un “escándalo del exilio” poco antes de llegar yo. Había estado en Minussinsk un deportado socialdemócrata llamado Raitchin, natural de las tierras limítrofes y que estaba relacionado con el grupo Emancipación del Trabajo. Decidió fugarse. Le proporcionaron dinero para la fuga pero el día en que ésta debía efectuarse aún no se había decidido. No obstante, al recibir el dinero le sobrevino un tal estado de nervios que se fugó por su cuenta sin informar a ninguno de sus camaradas. Los viejos del “Narodnaya Volya” acusaron a los socialdemócratas de que sabían lo de la fuga y no les habían prevenido, y que quizás habrían registros policiales antes de que tuvieran tiempo de prepararse. El “escándalo” creció como una bola de nieve. Cuando yo llegué, Vladimir Ilich me contó el suceso. “No hay nada peor que estos escándalos en el exilio”, dijo. “Significan un tremendo retroceso para nosotros. Esos viejos están hechos un manojo de nervios. Fíjate en todo lo que han pasado, las sentencias penales que han tenido que sufrir. Pero no podemos dejarnos arrastrar por estos escándalos tenemos todo el trabajo por delante y no debemos perder el tiempo en estos asuntos”. Y Vladimir Ilich insistió en que debíamos romper con aquellos viejos. Recuerdo la reunión en que tuvo lugar la ruptura. La decisión había sido tomada de antemano, ahora era sólo cuestión de llevar el asunto de la manera más delicada. Decidimos romper porque era necesario. Pero lo hicimos sin malicia, ni siquiera sentimos pena. De este modo continuamos viviendo separados.
En términos generales, no lo pasamos tan mal en el exilio. Fueron años de intenso estudio. Cuanto mas cerca estábamos del final del periodo de exilio, Vladimir Ilich pensaba mas y mas en el trabajo futuro. Las noticias de Rusia eran muy escasas. El Economismo había crecido y era ya fuerte. Prácticamente no existía el Partido ni la imprenta. Había fracasado el intento de llevar a la práctica la actividad de propaganda a través del Bund. (8) Entre tanto no podíamos limitarnos a escribir panfletos populares sin expresarnos sobre los puntos fundamentales de nuestro trabajo. La más completa dispersión prevalecía sobre nuestra tarea, y los repetidos arrestos hacían imposible toda continuidad. La gente llegaba como mucho a hablar acerca del “Credo”, y El Pensamiento Obrero, que incluía una carta de un obrero evidentemente captado por la propaganda de los Economistas. Este corresponsal decía: “Nosotros los obreros no necesitamos a vuestros Marx y Engels...”

8. Organización socialista de obreros judíos, cuya fuerza principal estaba en la Polonia Rusa.
L. Tolstoy escribió en alguna parte que cuando se viaja, durante la primera parte del trayecto uno piensa en lo que deja atrás, y en la segunda mitad lo que a uno le espera por delante. Es lo mismo en el exilio. En el primer periodo pensamos gran parte del tiempo analizando los resultados del pasado. En la segunda mitad pensamos mas en lo que nos quedaba por delante. Vladimir Ilich se concentraba en lo que debía hacerse para sacar al Partido de su estado actual y dirigir el trabajo por el camino adecuado, para asegurar una correcta dirección socialdemócrata del Partido. ¿Cómo empezar? Durante el último año del exilio, Vladimir Ilich concibió un plan de organización que subsiguientemente desarrolló en Iskra en el artículo ¿Qué hacer? y en la Carta a un Camarada. Era necesario empezar con la organización de un periódico para toda Rusia, establecerlo en el extranjero, conectarlo todo lo posible con las actividades en Rusia, y disponer de su transporte de la mejor manera posible. Vladimir Ilich empezó a pasarse las noches sin dormir y adelgazó mucho. En estas noches pensaba en los más mínimos detalles de su plan, discutiéndolo con Krzhizhanovsky y conmigo, manteniendo correspondencia con Martov y Potressov, consultándoles. Cuanto más tiempo pasaba, mas impaciente se encontraba Vladimir Ilich, mas ansioso para ponerse a trabajar. Y en este momento fuimos sorprendidos por un registro policial. Habían cogido alguna parte de un acuse de recibo de una carta enviada a Vladimir Ilich. La carta hacía referencia a un monumento a Fedoseiev, (9) y los gendarmes lo tomaron como excusa para practicar un registro oficial. Encontraron la carta, que resultó ser bastante inocente. Comprobaron toda nuestra correspondencia y tampoco encontraron nada de interés. Siguiendo una vieja costumbre de Petersburgo, guardábamos en un lugar separado toda la literatura o correspondencia ilegal. Sin embargo, es verdad que estaba en el cajón de abajo del armario. Vladimir Ilich dio a los gendarmes un banco para que se subieran a él y pudieran empezar a buscar por los estantes de arriba, que estaban llenos de libros de estadística, y se cansaron tanto que no miraron en el cajón de abajo, contentándose con mi declaración de que sólo contenía mis libros de texto. El registro terminó sin mayores complicaciones, aunque tuvimos medo de que lo tomaran como pretexto para añadir unos años a nuestro periodo de exilio. En aquellos días, las fugas no eran tan corrientes como lo fueron después. De cualquier modo hubiera complicado las cosas si lo hubiéramos intentado, pues antes de salir al extranjero era necesario emprender un extenso trabajo de organización en Rusia. Sin embargo, todo fue bien y nuestro periodo no fue aumentado.


9. Uno de los pioneros del marxismo revolucionario en Rusia.

En Febrero de 1900, cuando finalizó el exilio de Vladimir Ilich, salimos para Rusia. Pasha, que se había hecho muy bonita en aquellos dos años, lloró a mares aquella noche. Minka estaba agitado y traía a casa todo el papel, lápices y otras cosas de escribir que habíamos dejado. Oscar Alexandrovich, que vino y se sentó en el ángulo de una silla, estaba profundamente conmovido. Me trajo un regalo, un broche hecho por él mismo en forma de libro, con la inscripción “Karl Marx”, en recuerdo de nuestros estudios conjuntos del Capital. La patrona y los vecinos se asomaban a la habitación para ver que pasaba. Nuestra perra parecía extrañada por todo aquel movimiento y abría las puertas con su hocico para comprobar que todo estuviera en su sitio. Mi madre estaba atareada empaquetando enseres, y le cogían accesos de tos cuando Vladimir Ilich recogía sus libros levantando nubes de polvo.
Llegamos a Minussinsk, donde teníamos que recoger a Starkov y a Olga Alexandrovna Silvina. Todos nuestros hermanos de exilio se habían reunido allí. Siempre que alguien partía se tenían los mismos pensamientos: cada uno pensaba en el momento en que le tocaría marchar a él, y en cómo se pondría a trabajar. Vladimir Ilich ya había hablado previamente de la futura colaboración con todos aquellos que estaban a punto de regresar a Rusia, y habían quedado en mantener correspondencia con los que se quedaban. Todos estábamos pensando en Rusia, aunque pasamos el tiempo hablando de toda clase de trivialidades.
Barazmin, le daba bocadillos a Zhenka, que le había tocado como herencia, pero la perra le ignoraba. Estaba tendida a los pies de mi madre y no le quitaba la vista de encima, siguiendo todos sus movimientos.
Finalmente, equipados con botas de fieltro, abrigos de piel de alce y todo lo demás emprendimos el viaje. Recorrimos a caballo 300 versts a lo largo del Yenisei, cabalgando día y noche, gracias a la luz de la luna que lo iluminaba todo. En cada parada, Vladimir Ilich nos abrigaba cuidadosamente, y luego miraba alrededor para asegurarse de que no nos dejábamos nada. Bromeaba con Olga Alexandrovna, que sentía el frío con gran intensidad. Nos apresuramos durante todo el viaje, y Vladimir Ilich – que viajaba sin el abrigo de alce, pues decía que le daba calor- metía las manos en un manguito de mi madre y dejaba que sus pensamientos volaran a Rusia, donde sería posible realizar sus ideas.
El día en que llegamos a Ufa nos visitaron los camaradas de allí, A.D. Tsyurupa, Svidersky, Krokhmal. “Hemos estado en seis hoteles,...” dijo Krokhmal casi sin aliento, “y por fin os encontramos.”
Vladimir Ilich se quedó un par de días en Ufa, y después de conversar con nuestra gente y confiarnos a mi y a mi madre a los camaradas, seguimos viaje, acercándonos a Petersburgo. De estos dos días sólo permanece en mi memoria una visita a una vieja partidaria del Narodnaya Volya, Chetvergova, a quien Vladimir Ilich había conocido en Kazán. Tenía una librería en Ufa. Vladimri Ilich la fue a ver el primer día, y su expresión y su voz parecían especialmente gentiles mientras hablaba con ella. Cuando más tarde leí lo que Vladimir Ilich había escrito al final de ¿Qué hacer?, recordé aquella visita.
“Muchos de ellos” ---(refiriéndose a los jóvenes líderes socialdemócratas del movimiento obrero), escribía Vladimir Ilich en ¿Qué hacer”--- “iniciaron su pensamiento revolucionario como Narodovolistas. Casi todos admiraron en su primera juventud a los héroes terroristas con gran entusiasmo. Fue un esfuerzo tremendo el tener que abandonar las cautivadoras impresiones de estas heroicas tradiciones, y fue acompañado de la ruptura de relaciones personales con aquellos que estaban decididos a permanecer fieles al Narodnaya Volya y por los cuales los socialdemócratas sentían un profundo respeto.” Este párrafo es un auténtico fragmento de la biografía de Vladimir Ilich.
Fue una lástima tener que partir justo en el momento en que empezaba el trabajo “real”. Pero a Vladimir Ilich ni siquiera se le pasó por la cabeza la idea de quedarse en Ufa cuando existía la posibilidad de acercarse más a Petersburgo.
Vladimir Ilich fue a Pskov, (10) donde vivieron después Potressov y L.N. Radchenko con sus hijos. En una ocasión Vladimir Ilich me contó entre risas como las hijas de Radchenko, Zhenyurka y Lyuda, acostumbraban a tomarles el pelo a él y a Potressov. Con las manos a la espalda paseaban por la astancia una junto a la otra con paso solemne, una diciendo “Bernstein” y la otra contestando “Kautsky”.

10. Lenin llegó a Pskov el 10 de Marzo de 1900.
En Pskov, Vladimir Ilich estuvo muy ocupado esbozando la red de organización que debía asegurar al estrecho contacto entre el futuro periódico ruso que iba a publicarse en el extranjero, y las actividades del país. Tuvo conversaciones con Babusnkn y muchos otros.
Poco a poco me fui adaptando a Ufa, conseguí traducciones y clases.
Poco antes de mi llegado a Ufa había habido uno de aquellos “escándalos del exilio”. En un campo estaban Krokhmal, Tsyurupa y Svindersky, y en otro los hermanos Plaxin, Saltykov y Kviatkovsky. Chachina y Aptekman permanecían neutrales y tenían relaciones con los dos grupos. Yo me encontraba más próxima al primer grupo, con el que pronto me asocié. Este grupo llevaba a cabo un cierto trabajo, y en general era el más activo de la comunidad. Se habían establecido contactos con los talleres del ferrocarril, en los que había un círculo de doce obreros socialdemócratas. El más activo era el obrero Yakutov. A veces venía a verme para charlar y obtener panfletos. Durante mucho tiempo se había dedicado a “pulverizar” a Marx, y después de hacerlo se vio incapaz de leerlo completamente. “No tengo tiempo”, se quejaba. “Los campesinos vienen continuamente a verme, sabes, para exponerme sus quejas. Tienes que hablar con todos y cada uno, para que no piensen mal de ti, y así es como se pierde el tiempo”. Me dijo que su esposa Natasha también era simpatizante, y que ninguna sentencia de deportación podía asustarles. Nunca se encontraría perdido, pues en todas partes encontraría manos que le alimentaran. Era un gran conspirador y personalmente aborrecía la finura, la ostentación y ls efusiones exageradas. Todo debía hacerse sobre una base firme, sin aspavientos pero con seguridad.
En la Revolución de 1905, Yakutov fue el presidente de la República que se proclamó en Ufa. Posteriormente, en los años de la reacción, fue ahorcado en la prisión de Ufa. Murió en el patio de la prisión y todos los presos cantaron en cada celda, gritando a voces que jamás olvidarían su muerte, y que jamás la perdonarían.
Yo estudié también con otros obreros; un joven ajustador de una pequeña fábrica acostumbraba a venir a verme para hablarme de la vida de los trabajadores del lugar de una manera nerviosa y agitada. Más tarde me enteré de que se había ido con los Revolucionarios Socialistas y que había perdido la razón en la cárcel.
También había un encuadernador tuberculoso llamado Krylov. Fabricaba asiduamente cubiertas dobles entre las que ocultaba manuscritos ilegales, o utilizaba los mismos manuscritos para cubiertas de los libros. Me lo contó todo acerca del trabajo de los impresores locales.
Posteriormente estos informes sirvieron como base de la correspondencia enviada a Iskra.
Además del mismo Ufa, nuestro trabajo se extendía también a las fábricas vecinas. En la fábrica Ust-Katavsky, el médico era socialdemócrata. Distribuía propaganda entre los trabajadores para paliar en lo posible la tremenda falta de información.
Había también varios estudiantes socialdemócratas que colaboraban en diversas fábricas Nuestra organización de Ufa mantenía también en Ekaterinburg al obrero Mazanov en estado de ilegalidad, pues había regresado de Turuksansk, donde había estado exiliado junto con Martov. Pero de alguna manera, la colaboración con él no prosperó.
Ufa era el centro de la provincia de Dubernia. Los exiliados de Sterlitamak, Birsk, y otras aldeas vecinas siempre conseguían autorización para venir a Ufa.
Pero aparte de esto, Ufa estaba en la ruta habitual de Siberia a Rusia. Los camaradas que volvían del exilio se detenían para organizar el trabajo. Entre ellos se encontraron Martov (que aún no había conseguido liberarse de Turukhansk), G.I. Okulova y Panin. L.M. Knippovich (“el tiíto”) vino ilegalmente desde Astrakán, y Rumyantsiev y Portugalov llegaron desde Samara.
Martov se fue a vivir a Poltava. Se estableció contacto con él y esperamos recibir literatura a través de él. Creo que los escritos llegaron una semana después de mi partida de Ufa. Kvyatkovsky, que fue a buscar el paquete, fue condenado a cinco años en Siberia porque la caja se había roto por el camino. En realidad, él no había participado en ninguna actividad, pero se había ofrecido a recoger el paquete porque éste estaba dirigido a una cierta cervecería, y él daba clases a la hija del cervecero.
En Ufa también se encontraban los miembros del Narodnaya Volya Leonovich y más tarde Borozdich.
Justo antes de marchar al extranjero, Vladimir Ilich se libró de otra sentencia casi por los pelos. Llegó a Petersburgo desde Pskov, junto con Martov. Fueron seguidos y arrestados. (11) En el bolsillo de la chaqueta llevaba doscientos rublos que le había dado la “tiíta” (A.M. Kalmykova), y una lista de contactos en el extranjero escrita con tinta simpática. En el mismo papel había escrito algo sin importancia con tinta ordinaria –creo que unos cálculos. Si los gendarmes hubieran sostenido frente al fuego la hoja de papel, Vladimir Ilich nunca hubiera sido capaz de poner en práctica el periódico ruso en el extranjero. Pero “tuvo suerte”, y en diez días fue puesto en libertad.

11. Vladimir Ilich llegó ilegalmente a Petersburgo junto con Martov el 2 de Junio de 1900. Al día siguiente fueron detenidos en la calle, frente al nº 11B de la calle Kazachny. El 13 de Junio V.I. Fue liberado tras lo cual fue a Podolsk, desde donde partió el 20 de Junio a Ufa para ver a N. Krupskaya. Se fue al extranjero el 29 de Julio de 1900.
Luego vino a despedirse de mi en Ufa. Me dijo todo lo que había hecho durante aquel tiempo, y me habló de toda la gente que había tenido la suerte de conocer. Naturalmente, con ocasión de la visita de Vladimir Ilich se celebraron gran cantidad de reuniones. Recuerdo que cuando se supone que Lenovich, que se consideraba nihilista, no conocía ni de oídas el grupo Emancipación del trabajo, Vladimir Ilich se puso furioso: “Como si un revolucionario pudiese ignorarlo, ¿cómo puede escoger conscientemente el Partido con el que va a trabajar si no conoce, si no ha estudiado los escritos del grupo Emancipación del Trabajo?”
Creo que entonces Vladimir Ilich se quedó una semana en Ufa.
Me escribía desde el extranjero, principalmente dentro de libros que iban dirigidos a varias personas de la misma ciudad. En general, las cosas no iban tan rápidamente con el periódico como deseaba Vladimir Ilich. Era difícil entenderse con Plekhanov, y las cartas de Vladimir Ilich eran cortas y tristes, y terminaban así: “Te lo contaré cuando llegue”, o “Te he escrito con todo detalle acerca del conflicto con Plekhanov.”
No podía esperar el término de mi exilio, y lo que es más, durante mucho tiempo no llegó ninguna carta de Vladimir Ilich. Quería ir a Astrakán a ver al “tiíto” (L.M. Knippovich), y estaba muy impaciente.
Mi madre y yo fuimos a Moscú a ver a Maria Alexandrovna, la madre de Vladimir Ilich que entonces vivía sola en Moscú. Su hija Maria Ilinichna estaba en prisión, y su otra hija Anna Ilinichna en el extranjero.
A mi me gustaba mucho Maria Alexandrovna, siempre tan atenta y positiva. Más tarde cuando vivíamos en el extranjero y ella nos escribía, siempre lo hacía a los dos conjuntamente, nunca exclusivamente a Vladimir Ilich. Esto era una trivialidad, pero tenía gran importancia. Vladimir Ilich sentía un gran afecto por su madre. “Tiene tremenda voluntad”, me dijo una vez, “si cuando le pasó aquello a mi hermano mi padre aún viviera, quien sabe lo que no habría hecho.”
Era de su madre que Vladimir Ilich había adquirido aquella fuerza de voluntad, como también su amabilidad para con la gente.
Cuando vivíamos en el extranjero, intentaba describirle nuestra vida del modo más realista posible, para que por lo menos se sintiera más próxima a su hijo. Cuando Vladimir Ilich estaba en el exilio en 1897, los periódicos contenían una esquela de María Alexandrovna Ulianova, que había muerto en Moscú. Oscar me lo dijo: “Fui a ver a Vladimir Ilich y estaba blanco como la cera-´mi madre ha muerto´ me dijo.” Pero resultó que se trataba de la esquela de alguna otra M.A. Ulianova.
Maria Alexandrovna había sufrido mucho en su vida –la ejecución de su hijo mayor, la muerte de su hija Olga, y las continuas detenciones de todos sus demás hijos. Cuando Vladimir Ilich cayó enfermo en 1895, ella fue inmediatamente a cuidarlo y a hacerle la comida. Cuando le detuvieron, volvió otra vez junto a él. Se quedaba sentada durante horas a la mortecina luz de la sala de la Prisión de Detención Preliminar; le llevaba paquetes los días de visita, con los labios temblorosos.
Yo le prometí que cuidaría de Vladimir Ilich, pero no lo conseguí...
Desde Moscú, acompañé a mi madre a Petersburgo, donde me ocupé de su estancia, y luego atravesé la frontera. En este viaje, fingí ser una inocente provinciana que iba al extranjero por primera vez. Me dirigía a Praga, pensando que Vladimir ilich vivía allí bajo el nombre de Modraczek.
Mandé un telegrama y llegué a Praga, pero nadie vino a buscarme. Esperé y esperé. Terriblemente desconcertada, tomé un coche y lo llené con mis cestos y paquetes. Al llegar al distrito obrero, giramos por una callejuela y nos detuvimos frente a un edificio de pisos en cuyas ventanas había una gran cantidad de colchones para que se airearan.
Subí al cuarto piso. Una bajita mujer checa de pelo blanco abrió la puerta. “Modraczek”, repetí, “Her Modraczek” Salió un obrero que dijo: “Yo soy Modraczek”. Atónita, tartamudeé: “NO, es mi marido. Finalmente Modraczek cayó en la cuenta de lo que había sucedido. “Ah, seguramente usted es la esposa de Herr Ritmeyer. Vive en Munich, pero le enviaba libros y cartas a usted en Ufa a través de mi”. Modraczek estuvo conmigo todo aquel día. Yo le contaba lo del movimiento ruso y él me contaba lo del austriaco. Su esposa me mostró un encaje que había hecho, y me alimentaron con “klosse” checo.
Llegué a Munich –yo llevaba un abrigo de piel, y en aquel tiempo la gente ya no llevaba abrigos por la calle- y me sirvió la experiencia adquirida en Praga, dejé mi equipaje en la consigna de la estación y fui en tranvía a encontrar a Rittmeyer. Encontré el edificio, y resultó que el piso numero uno era una cervecería. Me acerqué a la barra, detrás de la cual había un rollizo alemán, y pregunté tímidamente por Herr Rittmeyer, con el presentimiento de que algo iba mal otra vez. “Soy yo”, dijo. “No, es mi marido”, titubeé, completamente confusa.
Nos quedamos mirándonos el uno al otro como idiotas, hasta que la mujer de Rittmeyer entró, y al verme adivinó de que se trataba: “ Ah, usted debe ser la esposa de Herr Meyer. Está esperando a su esposa de Siberia. La llevaré donde está.”
Seguí a Frau Rittmeyer por la trastienda a una especie de piso deshabilitado. Se abrió la puerta, y aparecieron sentados a una mesa Vladimir Ilich, su hermana Anna Ilichna y Martov. Sin darle las gracias a la patrona grité: ¿Por qué diablos no me escribiste para decirme dónde estabas?
“¡Que no te escribí!” exclamó Vladimir Ilich. “Como, si he estado yendo tres veces al día para encontrarte. ¿De dónde sales?” Mas tarde vimos que el amigo a quien había enviado el libro con la dirección de Munich se había quedado el libro para leerlo.
Muchos rusos se vieron envueltos en estas confusiones de modo parecido. Shlyapnikov fue primeramente a Génova en lugar de a Ginebra; Babushkin, en lugar de ir a Londres, estuvo a punto de embarcarse para América.
__________
Ver Capítulo I. En Petersburgo . 1893-1898

Extraído del Título: "Mi vida con Lenin"
Autora: Nadeshda Krupskaia
Editorial: Madragora
Digitalizado por Biblioteca Rossa



No hay comentarios:

Publicar un comentario